miércoles, 30 de noviembre de 2011

¿Ver a Dios como un niño? Retos para nuestro repensar teológico

Alexander Cabezas Mora


Sin duda alguna cuando escuchamos el término: “El Dios niño”, viene a nuestro imaginario aquellos pasajes bíblicos alusivos a la infancia del Señor Jesús en un pesebre.  Pero ¿podríamos tratar de ver a Dios con actitudes semejantes a las de un niño o niña? O, ¿será algo que nos escandaliza?


Muy contrario cuando pensamos en Dios como el Padre, el Sanador, el Pastor, la Puerta, la Roca, entre otros. Pero entonces ¿por qué nos cuesta pensar en él como “un  niño”? 


- ¡No puedo imaginarme a un Jesús sonriendo!  Decía una señora.
- ¡Cada vez que pienso en Dios, me da miedo, pues lo imagino acusándome!,  aseguraba un joven.

Declaraciones como éstas reflejan una comprensión desfigurada, por supuesto, pero en gran medida son las que hemos comprado o vendido por generaciones y se han encargado de mostrarnos una cara de un Dios: serio, aburrido, acusador, atemorizante, u otras peculiaridades, por cierto, más presentes en muchos de nosotros los adultos que en el mismo Dios.

Quizás es por ello que me atrevo a decir que Dios nos permite capturar su esencia en diferentes escenas cuando lo vemos:

Tirando piedras como los niños y las niñas (Josué 10:11).
Jugando a las luchitas (Génesis 32: 24).
A las “escondidillas” (Éxodo 33:23).
No teme “jugar con barro” con tal de esculpir luz a un ciego (Juan 9:6).
Es el “Dios juguetón”, como algunos se han atrevido a llamarle, quien confunde lógica de los sabios y entendidos (1 Corintios 1.19).
Nos causa expectativa cuando nos promete un nuevo nombre escrito en una piedrecita escondida (Apocalipsis 2:17).

Sabe atrapar los misterios insondables del Reino, para soltaros en sencillas, pero profundas palabras transformadoras que llamó: Parábolas.
Es el mismo que irrumpe la eternidad; desciende desde los cielos y al siguiente momento lo encontramos en la sonrisa encantadora de ¡un bebé envuelto en pañales!

¿Querrá este “Dios niño” también jugar con nosotros?  

Quizás, siempre y cuando estemos dispuestos a no envejecer en nuestro espíritu.  Cuando estemos dispuestos a presentarlo joven, fresco y dinámico, a él y a sus palabras. Cuando le mostremos a través de un rostro divino más cercano, más accesible, y por ende, un evangelio más humano, será entonces cuando comenzaremos a conocer al “Dios niño” que, espera que  también nosotros nos hagamos como él y entremos a su bello jardín, que dulcemente llamó: Reino.    

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